En el tramo final del siglo XX es difícil mantener certidumbres, y más aún en el campo de la psicoterapia. Las corrientes posmodernas de la terapia familiar han enfatizado la importancia de la mirada del observador y recuperado temas históricos, como la sobredeterminación social de los procesos individuales, relativizando las aproximaciones objetivadoras a los fenómenos psicológicos. Restan planteadas, sin embargo, cuestiones eternas de máxima vigencia para el psicoterapeuta: ¿por qué hay situaciones que cambian más fácilmente que otras?, ¿qué significa la gravedad en psicopatología?, ¿existen redundancias entre expresiones relacionales que implican a la familia y a sistemas más amplios?, ¿cómo puede el terapeuta organizar su intervención para que resulte útil? Este libro pretende aportar algunas respuestas, desde la profunda creencia en que el respeto por la incertidumbre y la complejidad es compatible con la utilización de mapas y brújulas que faciliten orientarse en ellas. La práctica clínica exige un movimiento objetivador, que tradicionalmente se ha relacionado con el diagnóstico, pero también una afirmación de la subjetividad del terapeuta al elegir, entre las referencias y los recursos disponibles, los elementos necesarios paras su intervención